Ronquidos, miedos y magdalenas

No puedo dormir. Y no es que tenga insomnio. Me caigo de sueño. Pero no puedo dormir. Una lesión que tuve hace unos años me provocó un dolor radicular que se ha quedado crónico. La sensación es de una corriente eléctrica que me recorre la pierna, desde la cadera hasta el pie, como si un rayo invisible saliera por él. Hace que se me contraigan los músculos, y al final, duele bastante. Durante el día no me molesta porque ni me fijo en él, pero por las noches no me deja dormir. No es muy molesto mientras no me acuesto, pero en cuanto me pongo en horizontal se vuelve insoportable. Los que lo padezcan me comprenderán. Si estoy en la cama, no consigo coger una postura en la que no me moleste y me deje conciliar el sueño, hasta que finalmente me levanto. Y pasan una, dos o tres horas. A veces al poco tiempo parece que puedo volver a la cama, pero a los quince minutos de estar tumbada tengo que volver a levantarme. Así que a veces, aunque se me cierran los ojos, no puedo permanecer en la cama. Una fiesta, vaya.

Es el momento para hacer aquello que durante el día no “me cabe”. Sería el momento perfecto para leer, pero no puedo, porque se me cierran los ojos. Pero a veces veo un capítulo de CSI Las Vegas, o me pongo a escribir una entrada en el diario éste internauta.

Es un momento especial. En mi casa todo aquel susceptible de dormir, duerme (excepto yo), así que de repente, yo, mi cuarto de estar, la tele, y el ordenador. Ah, bueno, y la nevera, no olvidemos a esa gran compañera de soledades. Terrorífico, pero cierto. Mentiría si dijera que en esos momentos no caen 2 ó 3 yogures, o un par de magdalenas o lo que sea que haya por la cocina y que, por supuesto, sería mucho mejor para mi sobrepeso no comer. Por lo menos no me ha dado por beber alcohol, que ahora que lo pienso, a lo mejor adormecerían mis calambres. Pero no, déjate tú, que la desintoxicación de grasas y azúcares es bastante más llevadera que la de alcohol etílico.  Según mi médico, el alcohol es veneno puro para mi hígado graso. Veneno puro. Más veneno es…bueno, dejémoslo así.

Bueno, pues eso, que me quedo yo conmigo misma. Y aunque puedan ser las tres o las cuatro de la mañana, no hay silencio absoluto. Noooo. Unos clarísimos ronquidos proceden de la habitación de la que he salido, recordándome que no estoy sola, que estoy arropada y segura, que estoy protegida ante los eventuales monstruos que se me puedan aparecer en cualquier momento.

Y es que soy muy miedosa. Sí, miedosa. Ya, ya sé que no es ni muy racional, ni muy lógico. Pero a ver, en esta época, dominada por las conversaciones en las redes sociales con “amigos” prácticamente desconocidos, en la que hablamos de “bss” en vez de “besos”, ¿quién puede presumir de ser muy racional y muy lógico? Pues eso, oye.

Que sí, que soy miedica. ¿Y? ¿A ver, qué pasa?

Hace unos años, no lo era en absoluto. Me encantaban las películas de terror, y no me afectaban en la oscuridad de mi cuarto a medianoche. Pero de un tiempo a esta parte ya no puedo ver una peli de miedo. Después me imagino a la niña del exorcista entrando por la puerta de mi salón y ni te cuento. Tanto es así, que he llegado a despertar al que ahora ronca para que ahuyente los malos espíritus. Que, gracias a Dios, me adora y es un santo, porque en vez de mandarme a la porra, que sería lo lógico, me habla :“¿que tienes miedo, tú, la valiente de la familia?, anda, anda, anda.”y me coge y me abraza, y yo ya me puedo dormir,  cosa que yo nunca jamás en mi vida contaré porque antes muerta que sencilla. Y punto. Redondo y final, para ser más exactos.

Y ya se me ha ido el santo al cielo y no sé de qué quería hablar yo.

Hala, a pasar buen día.

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